Vivimos para dar elogio a las fronteras. La línea que separa el blanco y el añil. El suspiro y la tinta. El sabor y la lágrima. Vivimos para dar elogio a las fronteras y que el instante sea una idea extraña.
La huella titánica que aplastó la taberna, el jubiloso patio de vecinos, el orgullo del mundo, el sonriente plato de cinismo en salsa y nos obligó a seguir la estela de su senda.