miércoles, 31 de diciembre de 2014

Célula o celdas que hacen de mí.

Pero qué está pasando.
En decenas finos chorros de agua
chocan contra mi piel y estallan.
Estallan unos contra otros.
Me rodea un tropel de agua y vapor
que cae en muchas muchas direcciones.

Abro la mampara. Me rodea el vapor
y el espejo que está en la posición de siempre,
de siempre. Los azulejos abrazan la humedad que se condensa
por cuatro, más suelo y techo, seis
lados de infancia y de bruma.

Salgo hasta mi cuarto donde recojo las piezas
claves con las que quiero escapar de mi desnudez.
Me voy desprendiendo de ella, buceo, hasta que me peino. Llaves.
El piso entero se apaga. Esa oscuridad no seré yo.

Ahora me rodea la ciudad que se mueve para abandonar
el año, aunque esta noche no terminará nunca.
Cruzo las calles; pero vaya donde vaya
las fachadas me rodean. Algo se oye.

Estoy rodeado de conversaciones que caen
en no sé qué risas. Sé, así lo he estudiado,
que no faltará la música y el placer, desde cuándo queda constancia
de que esto empezara. No se cansarán 
nunca mis sentidos.

No sé cómo intento salir de los brazos de esta mujer.
Es mi mujer. La quiero más de lo que mis manos
intentan expresar. Miento. No intentaba salir
de sus brazos, sino de su amor, no, de su memoria.
Miento. No intentaba. No sé. Salgo y vuelvo. 

Este sudor no acabará nunca. 
Este semen, este alcohol.
Este calor no acabará nunca.
Sus besos me rodean como si fuera 
nunca. Cada vez más viejo. Cada vez más amado.
Esta historia me rodea, tan pequeña como es.

El cansancio es un espía que abre las puertas a los sueños.
Entran sigilosos pero irónicos. Harán otro lugar.
Tejen. Bailan. Matan. Riegan. Bañan. 
Allí todo es abierto, todo es conocido.
Excepto lo que me toque 
en suerte recordar.