Entonces tronó la voz autoritaria de Critias, acallando a los presentes:
–Por mucho que las palabras de este liante retuerzan la cuestión, me niego a aceptar que Sócrates se coloque al mismo nivel de sabiduría que un maestro acreditado.
–¡Me comprometo a ir al oráculo! ¡Me comprometo! Veremos si se cumple el vaticinio de Sócrates.
Y una vez más volvió la aclamación: “¡Sócrates! ¡Sócrates!”, esta vez aderezada por un más avivado “¡Querefonte! ¡Querefonte!”
–Critias, veo que estás de acuerdo conmigo en que no debemos hacer caso a estos enunciados del oráculo.
–Sócrates, tú y tu demonio no me engatusan. Que nadie piense que yo admito desobedecer al oráculo.
–¿Quién ha dicho eso? Yo desconfío de estas, estas sentencias, no del oráculo. El oráculo propone enigmas, nunca habla claro. En cambio, estas frases, que parecen tan serias y rotundas, no esconden verdad alguna. Les falta el humor de los dioses.
–Pero si se cumple tu vaticinio sobre el oráculo, todos sabrán que el oráculo ha dicho que no hay nadie más sabio que tú.
–En ese caso, ve tú al oráculo y pregunta si hay alguien más sabio que Critias.
–No admito tus juegos. Sócrates. No tengo por qué rebajarme a la opinión de fabuladores. Mis discursos están ahí, mis discípulos me avalan, mi conocimiento está alcance de quien quiera ponerlo en duda. Pero, ¿qué harás tú, Sócrates, cuando el oráculo te sitúe entre los sabios de Grecia? ¿Asumirás tu papel o seguirás incordiando por las calles como si no tuvieras responsabilidad alguna?
Acorralado como estaba por la amenaza de Critias, Sócrates quiso zafarse del asunto a la desesperada.
–¡Vale, pues, admitámoslo! Yo soy el más sabio. Nadie más sabio que yo. Como sea. Si es así, estoy dispuesto a comprobarlo o a desmentirlo. Ahora: estará en juego la veracidad de los dioses. Iré a la casa de todos y cada uno de los sofistas de esta ciudad y veremos si cada cual es tan sabio como dice. Te aseguro que será la tuya, Critias, la primera casa que visitaré. Será tarea de vuestra sabiduría, la tuya y la de los otros “sofistas”, desmentir las palabras del oráculo.
Otra vez la aclamación: “¡Sócrates! ¡Sócrates!”
–Esta ciudad no va a permitir que te tomes a pitorreo a los dioses.
–Sois vosotros los que sacáis las cosas de quicio. ¿Qué culpa tengo yo de vuestra ignorancia? Vosotros que os negáis a admitir que mis razonamientos hagan mella alguna en vuestro saber.
–Por mucho que las palabras de este liante retuerzan la cuestión, me niego a aceptar que Sócrates se coloque al mismo nivel de sabiduría que un maestro acreditado.
–¡Me comprometo a ir al oráculo! ¡Me comprometo! Veremos si se cumple el vaticinio de Sócrates.
Y una vez más volvió la aclamación: “¡Sócrates! ¡Sócrates!”, esta vez aderezada por un más avivado “¡Querefonte! ¡Querefonte!”
–Critias, veo que estás de acuerdo conmigo en que no debemos hacer caso a estos enunciados del oráculo.
–Sócrates, tú y tu demonio no me engatusan. Que nadie piense que yo admito desobedecer al oráculo.
–¿Quién ha dicho eso? Yo desconfío de estas, estas sentencias, no del oráculo. El oráculo propone enigmas, nunca habla claro. En cambio, estas frases, que parecen tan serias y rotundas, no esconden verdad alguna. Les falta el humor de los dioses.
–Pero si se cumple tu vaticinio sobre el oráculo, todos sabrán que el oráculo ha dicho que no hay nadie más sabio que tú.
–En ese caso, ve tú al oráculo y pregunta si hay alguien más sabio que Critias.
–No admito tus juegos. Sócrates. No tengo por qué rebajarme a la opinión de fabuladores. Mis discursos están ahí, mis discípulos me avalan, mi conocimiento está alcance de quien quiera ponerlo en duda. Pero, ¿qué harás tú, Sócrates, cuando el oráculo te sitúe entre los sabios de Grecia? ¿Asumirás tu papel o seguirás incordiando por las calles como si no tuvieras responsabilidad alguna?
Acorralado como estaba por la amenaza de Critias, Sócrates quiso zafarse del asunto a la desesperada.
–¡Vale, pues, admitámoslo! Yo soy el más sabio. Nadie más sabio que yo. Como sea. Si es así, estoy dispuesto a comprobarlo o a desmentirlo. Ahora: estará en juego la veracidad de los dioses. Iré a la casa de todos y cada uno de los sofistas de esta ciudad y veremos si cada cual es tan sabio como dice. Te aseguro que será la tuya, Critias, la primera casa que visitaré. Será tarea de vuestra sabiduría, la tuya y la de los otros “sofistas”, desmentir las palabras del oráculo.
Otra vez la aclamación: “¡Sócrates! ¡Sócrates!”
–Esta ciudad no va a permitir que te tomes a pitorreo a los dioses.
–Sois vosotros los que sacáis las cosas de quicio. ¿Qué culpa tengo yo de vuestra ignorancia? Vosotros que os negáis a admitir que mis razonamientos hagan mella alguna en vuestro saber.