miércoles, 30 de enero de 2019

I. Delirio nómada

 Una vez estuve perdido en el desierto. Miento una vez, porque digo muchas veces haciéndome pasar por mentiroso. Lo importante (esto es, aquello que podemos portar en los adentros, sin que nadie lo vea), no es el hambre que pasé, el calor que paseé ni la sed que fue mi compañía; sino la larga luz pesada que pisaba por entero el paisaje y a mí. Llegué a la clara conclusión de que el desierto no es un lugar vacío en el que no hay nada aprovechable porque nada haya realmente, sino porque el peso de la luz no nos deja ver nada. Me. La luz en el desierto es omnipresente.
Miré mi sombra, un oasis, arrebatada a la luz por un momento gracias al sacrificio de mi cuerpo.  Pensé. Para cruzar el desierto necesit-amos un reguero de sombras. Muchos hombres que den su sombra. Muchas huellas que al sol del occidente y al sol del oriente, den su sombra. Y tan claramente lo comprendí, que pude convencer a quienes, por suerte, me rescataron (me pagaron a mí el precio de su ignorancia). Y ellos me ayudaron a sembrar caminos de sombra en el desierto y hasta ciudades de sombra en el desierto. 
Llevé a las selvas regueros de desierto con su luz, en los caminos. Con las caravanas, llevé regueros de selva con su sombra a los desiertos.