martes, 11 de junio de 2013

Yo soy la excusa para ella.
(¡Ella, que ama las excusas!)
El hombre, mirado por la verdad, es invisible.
Nadie comenta nada de mi obediencia, ¿por qué?
Mi modosita resistencia a la tentación.
Mi masculina mojigatería para con el instante
y su seductora esencia de muerte.
Ahora que soy un rey, esposo de mi esposa,
largamente las horas son una torre que enfría
mis vivencias –otros hablan
de un barco, de un cofre,
de un zurrón, de un ataúd–
Tú eres la puerta por donde escapo hacia el oro.
Tú eres el momento de tensión en el que la realidad
se vuelca, yo sobre ti, ¿tú me esperabas?
Tú, momento mágico, en que revolucionamos
eso que dicen que es el mundo.
Vuelo. Todo está al revés. ¿Quién entenderá?
Si su mirada es ya de piedra.
Rápidamente obviamos u olvidamos.
Nuestra mirada es veloz, nuestras sandalias aladas.
No está encadenada a la roca junto al mar.
Devoración de lo real velada por los objetos.
El cambio no tiene que ver con el entendimiento.
Mi corazón está parado. Tu rostro en una bolsa.
Pero dos mujeres disputan y surge un mito.
Diosa. Monstruo. Amante paciente. Irónica.
Redentora casual de cuanto soy humano.
A los hombres les gusta jugar y mirar los juegos.
Compiten con gusto, mastican con gusto la competición.
Así, entretenidos, los abuelos están muertos
ya por las hazañas de sus nietos.
Siguiendo fielmente las reglas del juego.
Los cabellos de una mujer son serpientes y su veneno la belleza.
Pero tus cabellos son serpientes de verdad y su veneno.
Todo está al revés. La belleza es un veneno de piedra
para mis ojos de piedra y un velo de mi mirada.
La mujer es una piedra de verdad un mar
cuya belleza es la mirada lanzada, la visión que vuela
–cadenas que serpean por tu cuerpo como un mar al viento–
veneno de libertad como te pienso
ahora cortada.
Pero cuando te conozca, dicen, conoceré a la mujer,
a la mujer hermosa atada fuera, no dentro de la roca.
La que va a ser devorada por la mar, también mujer,
por culpa, culpa, culpa, del orgullo de su madre.
Orgullosa mujer de cadenas hermosas, orgullosa
de su hermoso mar, su hermosa roca culpable.
Cuando yo vuele, dicen, con tu mirada en las manos,
con tu verdad oculta en mi zurrón
¿por qué dicen que hermético?
Tuvo que ser por milagro del oro
(mi abuelo antes de nacer nos encerró en una torre
si yo llegué a conocer a mi madre mujer hermosa
incluso a través de un velo de piedra).
Qué es el oro nadie lo comprende aún.
Después de nacer, mi abuelo hizo de
la torre un barco, de un ataúd un barco,
de un cofre hizo un barco como si el mar no
fuera un milagro. Mi padre es el oro
y fuimos pescados: un barco, un ataúd,
un cofre y una torre entre las redes.
Fui impedido, amilagrado, arrojado y pescado
hasta nacer para los hombres.
Eso te contamos, rey del lugar, que pronto
insistes en arrebatarme a mi madre,
mujer hermosa.
Empeño de demostración y convencimiento.
Sabed que con sus pezuñas pisó sangre
justo antes de que cabalgara por los aires.
Eso es un hecho. Sigue siendo un hecho.
Sabed que a aquel guerrero no se le conocen batallas.
Yo no las conozco. Si las invento. Pero son
testimonios de un cuerpo glorioso, en cuyas
venas circulaban los prodigios.
¿Qué más surgió, qué pudo callarse?
¿Por qué me sigues
hablando con enigmas?
No tenemos ojos. Son nuestros fantasmas
quienes miran por nosotros.
Así que he decidido
ir de uno en uno, de fantasma en fantasma,
de mío en mío, no sé, a arrancarles
los ojos, a que me enseñen a no ser ellos.
¿Quiénes son, cómo encontrarlos, cuál es su idioma?
Comparten acaso un mismo ojo y un mismo diente.
Tú fuiste mi fantasma preferido, pero antes
no lo sabía, ¿y ahora lo sé, cómo? Me contaron
cosas horribles de ti. Paradigma del horror.
Te llamaban objeto de mirada prohibida.
¿Qué veías tú entre nuestros ojos huidizos
y nuestro corazón de piedra y nuestro valor?
Yo sólo me atrevo a recordarte de reojo,
a través de este escrito, de esta lectura castrada.