martes, 6 de agosto de 2013

La realidad es un fuego del que sólo
se conoce un ápice y su contrario.
Tu cuerpo: catorce mil quinientos treinta
millones de fuegos que se derraman.
Pero el lugar es un fuego sobre el que
difícilmente se pueden posar los pies
sin iluminar o quemarse. El saber
no es humo ni ceniza sino ruego.
Arden vivamente tus ojos cuando miras
y un incendio de lágrimas da paseos pausados
por mi corazón a risa incandescente.
Esta hora es un rizo de combustión, un siglo:
sobre mi cuerpo difícil arden las huellas
de tu historia escrita bien sabes cómo,
con qué caligrafía, y en el idioma de quién.

Ilusión por momentos

El vacío es real, pero la distancia siempre imaginaria.
Tú y yo situados al filo hemos creado un momento.
Este momento no crea distancia, genera vacío.
El vacío es real, pero la distancia siempre.
Pequeño niño ofendido. Me han quitado
mi juguete. No era real.
Quiero decir que tampoco era espejo.
Era una historia, mi juguete, fabulosa
sobre cuánto debía verse en mi ser.
No eres un niño. Y ese gesto
ofendido pertenece a un extraño.
La memoria juega sola, déjala,
roba historias, se entretiene.
Tú me tienes a mí:
otro vacío. Herida en marcha.
Hombre sin edad, sin la mujer en los ojos.
Mujer, amarga distancia, curva
del momento en la piel.
Pero eres tú, te reconozco. No sé.
En tu aroma se vive
más tranquilo. Perdido. Ven.
También es invención esto que oigo.
Con una mano te agarras a la nada.
Con otra te desgarras el rayo de la ausencia.