Pequeños animalitos dejaban regueros con sus pisadas. Con sus minúsculos cuerpos y su peso despreciable, se movían con una rapidez inusitada. Yo tardaba lo indecible en moverme lo más mínimo. Y como tardaba tanto, el paisaje cambiaba antes de que yo hubiera terminado el gesto de mi decisión. Esto me volvía aún más torpe y más lento. Y así cada vez más débil, más viejo, más lento y más torpe.
Me pasaba la mayor parte del tiempo viendo aparecer los reguerillos de pisadas. A veces conseguía encontrarme al mismísimo insecto dándose su paseo: ¡era tan emocionante! Luego, me deleitaba en revisar sus pisaditas una y otra vez, sus mínimos relieves, sus finísimas sombras. Veía cómo el jabón iba diluyendo sus formas, lentamente, hasta que no quedaba rastro. Entonces, iniciaba yo mi nuevo e inútil movimiento.
Jamás vi ningún pájaro, pero sí pude ver alguna vez sus pisadas y alguna pluma clavada o pegada en las paredes de jabón.
Me pasaba la mayor parte del tiempo viendo aparecer los reguerillos de pisadas. A veces conseguía encontrarme al mismísimo insecto dándose su paseo: ¡era tan emocionante! Luego, me deleitaba en revisar sus pisaditas una y otra vez, sus mínimos relieves, sus finísimas sombras. Veía cómo el jabón iba diluyendo sus formas, lentamente, hasta que no quedaba rastro. Entonces, iniciaba yo mi nuevo e inútil movimiento.
Jamás vi ningún pájaro, pero sí pude ver alguna vez sus pisadas y alguna pluma clavada o pegada en las paredes de jabón.