Corría el rumor de que el gnomo había sido secuestrado o que lo tenían prisionero, no en la casa, sino en algún otro lugar, y no por los de la casa, sino por algún otro que tampoco tenía por qué ser el ladrón de cartas. Pero todo eso era imposible: nadie tenía conciencia de conocer al gnomo. Sólo lo recordaban cuando entraban, aparentemente siempre por casualidad, a su tienda. ¿Cómo podrían saber de qué gnomo estaban hablando? El doctor y sus secuaces intentaron averiguar desde dónde habían recibido la información, pero no podían recordarlo. Habían olvidado a quién oyeron hablar del gnomo, cuando debieran haber olvidado al gnomo mismo. Así que sospechaban que aquello eran una estratagema del propio tendero, con sus extrañas artes. ¿Por qué había obrado así para ocultarse?, era difícil saberlo. Tal vez quería alejarse del grupo. Tal vez quería transmitir algo al grupo sin que otros lo advirtieran. ¿Era aquel rumor imposible un código o la clave de un código que ocultaba un mensaje importante? Eso contando con que fuera un acto controlado del gnomo y no una situación provocada por el ladrón. El doctor se ensimismaba impotente horas y horas rumiando todo el asunto.