domingo, 26 de octubre de 2014

-Deja lo del nombre. No busco un nombre, lo que quiero es una historia -dijo el hombre muerto.
-Pero un nombre me facilitaría mucho las cosas -alegó el novelista.
-Y si buscara algo fácil, ¿me habría puesto en manos de un profesional?
-Usted quiere contratarme, ¿pero no sabré a nombre de quién trabajo?
-Estoy aquí, tienes mi correo, tienes mi teléfono... trabajarás para mí. 
-Perdone, me resulta un poco incómodo. ¿Cómo voy a contar su historia? 
-Eso es cosa tuya.
-¿Le llamo Tomás, Andrés...?
-¿A quién, a mí? Deja ya de tutearme, ¿no eres extranjero? Me agotas... No, no... No me gustan esos nombres. Deja eso te digo. Primero la historia, luego ya saldrá el nombre.
-Dime quién eres, dime algo de ti...
-Eso es lo que quiero que cuentes, para eso voy a pagarte.
-Pero deme algo para empezar.
-Soy un asesino. Soy un ladrón. Me escondía. Me escondía tanto que no logro distinguirme. Me perseguían. He trabajado con mis manos para construir mi guarida tanto que tal vez sólo haya sido el empleado ignorante. He abierto la piel y he escondido los cuerpos con mis manos o he firmado documentos cuando estaban limpias. Le tapaba las bocas para que no gritaran al morir y los manchaba con su propia sangre. He peleado a puños con los que me perseguían si es que yo era entonces el perseguido, la víctima, el muerto. Pero nada de eso vale. Quiero que seas tú el que cuente mi historia.
-Puedo decir entonces que es un asesino.
-Si lo ves conveniente... es tu historia. Tú la escribirás.
-¿Y qué diferencia hay entre que lo digas tú o lo cuente yo?
-¡Yo qué sé qué diferencia hay! Tú eres el escritor, tú eres el que sabes de explicar las diferencias. Averígualo. Cuéntalo.