lunes, 20 de octubre de 2014

Fue con una anécdota que se me vino gestando durante algunos años. Resultaba que en mi trayecto cotidiano me encontraba casi sistemáticamente con las mismas personas en la ruta de ida y aparentemente otras también las mismas (en actitud más relajada y menos reconocible) en la ruta de vuelta. En algunas me fijaba y otras pues seguramente no. Por el cruce diario de miradas sospechaba que la fría familiaridad era recíproca; pero sólo en algunos casos. Así que durante mucho tiempo me venía cruzando en mi camino con un hombre que esperaba en la calle, además con actitud impaciente controlando su reloj. Cuando me di cuenta supe que prácticamente me lo encontraba allí todos los días, y probablemente no había sido consciente hasta un momento determinado; sabe Dios desde cuánto antes me lo venía encontrando allí.
Y allí seguía día tras día, en su actitud de espera imperturbable. Y empezó a intrigarme. Empecé disimuladamente a aminorar mi paso y observarle todo el rato posible. Me di cuenta de que su perserverancia en mirar el reloj era más un cierto control metódico que auténtico nerviosismo. Entre tanto se le veía observar la calle con atención (confiando en que en algún momento apareciera aquello, aquel o aquella que esperaba; interpretaba yo). Pero nunca conseguía, por más que me retrasara, descubrir qué estaba esperand: mi curiosidad iba en aumento. 
Conseguí entonces disponer de más horas y me dediqué sistemáticamente a observar, con la mayor discreción, a aquel paciente esperanzado. Pero al final acababa por marcharme, sin llegar a saber nada más. Cuando él miraba el reloj, yo miraba el reloj; cuando él observaba la calle, yo observaba la calle. Nunca conseguí deducir nada. Finalmente acabé por dirigirme a él y preguntarle directamente.
-Pues le parecerá absurdo; pero ¿ve usted aquel tipo? El que está allí parado discretamente -Me respondió y con mucho disimulo me señaló a un hombre plantado algo más avanzada la calle-. Pues hace ya tiempo que lo veo esperando durante horas, y estoy intrigado  por saber qué es lo que espera. Constantemente mira el reloj y observa detenidamente aquí y allá. Algunas veces me siento tentado de preguntarle; pero algo que me inquieta me refrena y no sé lo que es.
Aquella respuesta me heló la sangre y me alejé de él como un loco desconsiderado sin mediar más palabra. Todavía hoy me devano los sesos intentando averiguar qué fue lo que me inquietó de aquel encuentro y de esa respuesta; pero no consigo saber qué es.