jueves, 3 de noviembre de 2016

III. La incomodidad de la prisión (c- "llegan Fedón y Calicles")

     Pero en ese momento fueron interrumpidos por Fedón, que acudía a visitarlo. Tras él llegaba la habitual cohorte de admiradores y detractores, que ni en sus últimos días iban a dejar a Sócrates tranquilo.
     –Sé discreto ahora, Critón, no vaya a liarse la cosa más. Aparentemos serenidad.   
     Calicles apareció sonriente, poco después de Fedón, que llegaba triste y en silencio. El joven político se colocó en el centro de lo que de él pudiera deducirse un simposio cualquiera.
     –¿Qué andas escribiendo, Sócrates?
     –Aquí tengo un himno a Apolo que estoy componiendo.
     –Así que ahora buscas el beneplácito de los dioses.
     –En efecto, en él solicito el perdón de Apolo.
     –Pues no creas que con este acto cambiarás la sentencia en el último momento.
     –Te equivocas, no pido el perdón de Apolo para mí, sino para los atenienses, por el crimen y la ofensa que comete contra él.
     –¡Valiente atrevido! Bien es justo que te maten; es la única manera de acabar con tu arrogancia.
     Fedón intentó interceder en favor de Sócrates.
     –En la medida en que el jurado haya sido persuadido a actuar en contra de la verdad o en contra de las leyes de la ciudad, podemos decir que tu condena es un crimen; pero dinos, Sócrates, ¿por qué consideras que es una ofensa a Apolo?
     –¿Pues no recordáis ya los oráculos de Apolo que me otorgaban a mí el título de hombre más sabio de Atenas, sin que pudiera encontrarse hombre más sabio en toda Grecia?
     –Pero usar tus habilidades de forma perversa es asunto tuyo, no de Apolo.
     –Pero, si recordáis, yo mismo quise poner en reserva el enunciado del oráculo. Fuisteis vosotros, tus amigos políticos, tus amigos sofistas, los que me presionabais para que actuara en consecuencia. Como yo me resistía me acusabais de poner en duda a los dioses. Así que acaté la opinión popular y me puse en mi tarea. Tal como mi genio me indicaba, investigué a cada hombre sabio de Atenas cuánto era de sabio y en qué medida era cierta su sabiduría. Siguiendo el dictamen del oráculo puse en cuestión las opiniones que los hombres tienen sobre sus leyes y sus dioses, en busca de la verdad y de la cierta sabiduría. Y, como ponía en evidencia vuestra ignorancia, de nuevo me acusasteis de ir en contra de los dioses, y ahora más, de dar mal ejemplo a los jóvenes.
     –Pero, ¿qué esperabas? Si les dices al hombre poderoso “tu poder es ilusorio, no sabes qué es el poder”, si le dices al hombre virtuoso “tu virtud es ilusoria, no sabes qué es la virtud”, si le dices al hombre sabio “tu sabiduría es ilusoria, no sabes qué es el saber”; quién esperas que te defendiera de los débiles, de los malvados, de los idiotas que ni siquiera saben que están obrando en el error. Al poner en duda la sabiduría de la ciudad es de esperar que la política te destroce.