lunes, 1 de diciembre de 2014

Así todos esos años, jóvenes Teseo y Ariadna, estudiantes fervorosos en la universidad, la vida, o sólo la juventud, pero en la isla de Creta, es decir, en la casa de Ariadna, la mujer-toro. Cuando lo ve conveniente, decide desnudarse. Entiende este momento crucial. Teseo piensa que ya la ha visto desnuda y que ha gozado de su desnudez y no imagina más desnudez y goce posible. Ariadna, en cambio, insatisfecha (le jode el reguero foráneo que es Teseo –es la única opción de que Teseo sea algo–) pone todas las cartas, por fin, sobre la mesa. Ariadna, conduce a Teseo hasta su espejo. Después de tantos años (mira la de siglos que llevamos con el mito), Teseo ve en el espejo la imagen del Minotauro. Cuando tiene que explicarlo, Teseo no sabe muy bien quién es quién, si ve a Teseo, a Espejo, a Ariadna o a Minotauro. Confundidos por el lenguaje, Teseo y Ariadna dan largos paseos por la isla discutiendo sobre el tema.
Borges, aquí no pudo evitar tejer las alusiones a la metáfora del abrazo amoroso como el largo paseo por la isla. Ese cuerpo que era la noche de Córdoba o los amantes. Hizo imaginar a su público que el paseo de Sócrates y Averroes era un recorrido amoroso en la alcoba-cuerpo de uno de los dos. Y este repaso sensual era a su vez el gesto cuidado de caligrafía paródica de Maimónides. Toda esa disgresión conmovió e incomodó un poco al público. Y esto, además, porque Borges requería que lo acompañaran como lazarillo un tropel de muchachas hermosas, doncellas de la universidad. Borges pedía muchachas (algunos muchachos) jóvenes para no perder el hilo. Y al ver a esas bellezas escanciando la copa de Borges, apuntando sus disgresiones, todos se acordaron del gran masturbador que gestó su ceguera en innumerables bibliotecas. En fin, que había en todo ello, momento, Borges, disgresión, público y doncellas, algo de incestuoso.
Así me lo contaba mi amiga, mientras tomábamos el café en una tetería del barrio viejo. Yo, en realidad, quería que aquella conversación no terminara nunca. Era tan hermosa ella, su voz. Yo sólo puedo dar cuenta de lo que decía, reconozco que no todo lo fielmente que quisiera. Estaba enamorado mientras hablaba. Su anécdota era apasionante; tanto, que noté cómo desde las mesas de al lado atendían disimulados su dulce (nuestra dulce) conversación. No sé si por su voz o por sus palabras.
Cómo iba a imaginar nunca Teseo que así iba a ser el abrazo de Ariadna. Él que era mero ejecutante, no consciente de los dictados de sus actos, hijo de los hijos del Destino; hasta ahora. En el mito Ariadna se marcha con Teseo, pero es Teseo quien realmente sale de la ignorancia de su casa. Viéndose por fin en un espejo de labios de una mujer (de otra mujer).