sábado, 22 de noviembre de 2014

Al llegar la noche, uno se volvía a sentir fruto de invención. Sentado, en la Plaza de San Andrés. Rodeado de otrora palacios. Bajo las palmeras y el calor que situaban el lugar en alguna vieja película y no allí. Viendo pasar a gente más propia de décadas atrás que de esta. Con la incredulidad de reconocer en el movimiento de los pájaros (gorriones en el suelo, vencejos en el aire) los mismos trapicheos de aquellos siglos en que los palacios eran palacios, poblados por gente noble, generadora de leyendas y de fantasmas. Pero no fruto de la invención de la cultura, sino de la invención de los asuntos de ese día, del cansancio, del calor en el aire aunque cayera la noche. Uno era el resultado. Y la operación matemática generadora dónde se había aprendido. Inventarse la hora de abandonar el banco, beber de la fuente, besar a la mujer y ser otro.