La realidad es un fuego del que sólo
se conoce un ápice y su contrario.
Tu cuerpo: catorce mil quinientos treinta
millones de fuegos que se derraman.
Pero el lugar es un fuego sobre el que
difícilmente se pueden posar los pies
sin iluminar o quemarse. El saber
no es humo ni ceniza sino ruego.
Arden vivamente tus ojos cuando miras
y un incendio de lágrimas da paseos pausados
por mi corazón a risa incandescente.
Esta hora es un rizo de combustión, un siglo:
sobre mi cuerpo difícil arden las huellas
de tu historia escrita bien sabes cómo,
con qué caligrafía, y en el idioma de quién.
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