I
El parque, una soleada mañana de domingo. Arriba, las nubes en su enigmático desfile. De aquí para allá, los pájaros con sus urgencias. A ras de suelo correteaban las miradas, los niños y las palabras.Entre tan divertidos egoísmos, un anciano descubrió a un hombre serio, que insistía en una posición incómoda y estrafalaria. Escarbaba entre las rosas, o debajo del césped, o en el barro tras la fuente, o sobre el duro albero del camino.
–¿Qué hace usted, buen hombre?
–Busco tesoros.
Está usted loco, pensó el anciano para sus más humildes adentros.
–Aquí todos venimos en busca de tesoros.
Entusiasmado, le cambió el rostro.
–¡Ah, lo encontré!
Se lo enseñó. En la yema del dedo portaba un único grano brillante y minúsculo.
Pero el anciano había ya regresado a sus sueños.
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