Un día viví entre la puerta
de mi cuarto y la fachada de tu alma.
Mercadeaba vientos pero hice de tu cuerpo
mi ciudad, amurallada de besos,
transitada de cables y canciones,
nervios y cloacas, lluvias, ojos.
Ahora ya no sé si estaré, pues desconozco,
¡lánguidos billetes de tormenta!,
el idioma de la distancia.
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