La ciudad ya no es necesaria,
sino como un cuerpo sobre el que regalar
mis besos y mis pasos.
Sus calles, otrora red de pensamientos,
son como el paisaje de una piel arrugada,
rascacielos de sal que el sudor levantara
para ver el mar.
La ciudad ya no es necesaria:
células de amor habitan sus recuerdos
y sus átomos.
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