También yo me dejaba sellar por las oscuras palabras. Y sin que hubiera ganado quería inocular la cicatriz de mi marca. Hablar ardía como un ungüento de piedra que barnizara de muerte mi garganta. ¿Qué sembraba sino este bosque de estatuas que ahora se levanta a mi alrededor? Podría alimentarme de sus miembros, mutilados para siempre. Podría moverme como aquellos que habitan en sus pompas de arena, discutiendo colores. Podría con la verdad levantar un muro en el que grabaras al filo de tus uñas tus lamentos o del que robes con arte sus ladrillos para que sean tus armas y las arrojes y mates o construyas tus sueños y mis huecos. Pero sea la verdad como el hombre, que al tropezar cae en una oscura madriguera y encuentra su pequeñez.
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