No sé muy bien cómo, empecé a odiar Londres. Luego odié Nueva York. No era justo. Y acabé odiando cada uno de los centímetros que me separaban de ti. Cualquier radio. Cualquier dirección. Aún hoy, para satisfacción del tiempo y personal desesperación mía, sigue habiendo entre centímetro y centímetro, espacio suficiente.
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