Yo elegí el boxeo, con los puños desnudos.
Él, el todo, se mostró indeciso: la danza, el ajedrez,
¡Dios, cómo me enerva y me crispa! ¡Es tan cínico!
Optó por el dibujo. Como no había juez
que nos sirviera de intermediario, a un punto
estuvimos de tener que jugar a todo.
¡Me indigné tanto! Y ya podéis imaginar
el resto del capítulo primero.
Sabed que, desde no hace mucho, no sé cuánto,
soy joven en la historia de este mundo,
y aún más en lo que se sabe,
pero incluso sólo recién, pues mi infancia
y mi juventud fueron indiferentes
al asunto, es mi enemigo mortal ya declarado.
Yo: quien habla, en parte.
El todo: espantosa resaca de no sé qué
pensamiento certero.
Esto se alarga. Sé que miráis mis heridas con confianza.
Creéis que nos hemos vuelto cómplices, que la palabra
se ha convertido en un disciplinado secuaz.
Una noche de estas invitaré al todo a cenar y le serviré
trocitos de colores como veneno. Morirá y su cadáver
ya no lo ocupará todo.
Imagino al todo y al siempre como primos malvados,
maquinando fechorías, en la mente de muchos.
Me caen mal, no puedo evitarlo. Aunque a veces sí.
No soy todo odio, ni todo imaginación.
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