Hablaba. Con cara sorprendida me seguías
la corriente. ¡Bueno, dame dos besos!
–era natural, lo esperado después
de las fiestas– Dudé –todo el mundo
alrededor pensé que nos miraba–
Me pides un beso –pienso ahora,
años después–: le pedirías a un alcohólico
¡bebe! Temía besarte. Temía que si te besaba
apenas un roce en la mejilla, ya no podría parar
y si por un momento tú también querías
–bocado o destello de un querer delirante–
yo ya no podría vivir el resto de los momentos.
Te di dos besos, el protocolo lo manda.
Lejos de mí los saboreé cargados
de frustrada historia. Quisiera entonces
que no acabara el mundo de las apariencias.
Pero eran las hora engalanadas de imposibles.
Tu roce, tu petición, mi reticencia, mi despedida,
me acompañan en este sinvivir, con ellos
te escribo.
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