Sentirse atrapado, debiéramos pensar,
es saberse envuelto por un trapo.
Nuestra piel, por ejemplo, es un trapo.
Una esponja. Nuestro estómago, nuestro
vestido, nuestro lugar son trapos. Como lienzos
podemos escribir sobre ellos, pero el lenguaje
es un trapo que arrugamos hasta hacerlo hueso.
Y así un relato, un viaje, un vuelo,
un trapo igual que el sonido melódico de una flauta
que hiere nuestro corazón, una flauta de hueso
en nuestro corazón de trapo y su suspiro.
El deber, amigo, es un trapo. El pensar, otro trapo, amigo.
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