Es esta tarde de verano, la misma del inmenso verano de mi infancia. Ha caído una nevada intensa y se acumula la nieve contra la ventana. Salgo excitado para vivenciar el extraño fenómeno. Es una situación estupenda. Al apartar un poco la nieve, veo por la ventana que he dejado la habitación vacía y la luz encendida. Quiero volver a entrar pero sé que la puerta está cerrada o no hay puerta, porque está mucho más lejos, y yo no puedo apartarme de la ventana. La única estrategia que me queda es escribir que estoy dentro, pero es muy difícil escribir sobre la nieve. Pierdo el tiempo intentando proteger el papel, mantenerlo seco y estirado, o escribir muy lentamente. Muy lentamente, es un cuidado agotador: tan suave que no rompa el papel pero de forma que deje algo de tinta. Escribir sobre la nieve me está agotando, no creo que pueda aguantar. Miro mi objetivo: la habitación vacía porque estoy fuera intentando escribir que puedo entrar. Sé que desfallezco, el brazo sufre y desde él todo el dolor que es cansancio. Pienso, y pienso que podría ser pura tentación, que a través del sueño realmente podría arreglar esto. Tengo miedo en cualquier caso de caer en el sueño. En el sueño no soy libre, y no sirve como debiera a mi deseo. Mi deseo es otro. En mi sueño me basta con leer lo escrito. Tengo el escrito delante de mí, no es mío, es un texto extraño. No entiendo bien la letra, porque estoy cansado y confuso y somnoliento. Me esfuerzo horrores en comprender. Reconozco las palabras y sus frases, pero no les encuentro sentido. Es más, sé que hay fragmentos en los que aparece el entrar pero no hay enunciado suficiente. Es un sueño insoportable, no acaba nunca, porque no encuentro la manera de saber despertar.
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