Digamos que las intenciones
están escondidas;
que es de intención esconderlas.
Digamos que uno se esconde
su propia intención a sí mismo
-lo que puede deducirse
de sus actos y los resultados
de sus actos- con medida precisión.
Digamos que entonces, como vecinos
convive el hombre puerta con puerta
con las suya y las ajenas intenciones,
a las que no siempre conoce.
Digamos que la pinza queda en el tendedero
después de recoger, con o sin prisa,
la ropa; que tiembla y tiembla el músculo
estando quieto este dedo.
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