Evitaba, sobre todo, quedarse dormido. Si apenas se demoraba quieto un tiempo, le iba recubriendo su piel, átomo a átomo flotante de jabón, una fina pátina que luego resultaba muy difícil de quitar. El cansancio hacía sus movimientos más lentos, dilatados, delirantes. Sabía que se quedaba dormido porque veía flotar de vez en cuando grupos caprichosos de pompas de jabón. Suponía entonces que aquello era producto de sus ronquidos.
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