Descubrí que la maquinaria de mis ambiciones
era mi huertito, sembrado con quién sabe
y abonado con mi tanto maquinar. Jardín cerrado.
Me di a la depresión y a la desidia hasta
que mi cama, cualquier lugar, fuera
mi mismo huertito, con plantones redundantes.
Decidí entonces con mi cuerpo cultivar
un huerto real, con árboles frutales, hierbas
aromáticas. Llegó un momento en que las flores
me recordaban mis ambiciones y mis tormentos,
abonando la tierra con mis propias células muertas.
No más: a salir cada año, de viaje, a ver
el mundo y lo nuevo que traje
ra su gente. Pero el planeta entero fue huertito,
con todas sus horas, con todos sus modales.
Y yo un gusano imberbe deseando que prospere
insólita la manzana que pronto caerá.
Y mientras tú me interrumpías. Intermitente
mente era la nieve en la montaña. Llamabas
con tus nudillos palabras al cristal de mi ventana
tan alta como pudieran llegar unas manos sobre
humanas. Tú me interrumpías, pañuelo de seda
deslizándose como el Nilo entre mis labios,
perdón, tus labios, perdón, tus labios.
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