Mientras revuelves las aristas
de una incómoda ecuación
literaria o matemática,
das de comer hojas de arce
a un cervatillo condescendiente.
Tu mente ignora la satisfacción de tu postura,
como el ciervo ignora la inutilidad de su desconfianza.
Si fueras el personaje de un prosaico poema
a quién le adjudicaríamos la responsabilidad
de tu ingenua dieta.
Pronto volverás a caminar por los mágicos pasillos
de tus antiguas escuelas, impregnadas de nombres.
Nadie advertirá que has nacido aquí, en este instante,
que eres un momento reconocido por mí, lector,
o por la envidia de secreta de él, que escribe.
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