Vinieron a la cena sin haberse marchado,
pues nunca sabe nadie dónde empiezan los sueños,
si en las bocas antiguas o en las lenguas modernas.
La ciudad los cubiertos y sus cuerpos los platos,
sazonados de libros o en discursos espesos
como calles, calientes como labios audaces.
Entrantes por envidias y celos por bebida,
la amistad en manjares, la tertulia desnuda
de esfuerzo. Sin la noche los roces, los sabores,
serán los peregrinos de un atávico rito.
Aquella era la mesa de las risas y estaba
reservada. Las horas, infieles pero ausentes,
miraban con cariño su traición meditada.
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