Esa
manía de llamar
ciervos a los gamos, gamos
a los corzos, corzos
a los rebecos, rebecos a las cabras,
cabras a los muflones, para acabar
dejándose caer ladera abajo
desde la montaña que merece
ser habitada por un dios, (valor, acción, dinero)
ladera abajo hasta las piernas y el baile
y hasta el sexo y la locura húmeda del mar.
Porque porque se van a oír
esos gritos, se van
a oír,
que recuerdan
el chocar de cascos, de astas, de pezuñas,
el derrame de sangre, de boca y de risa
pisando la sombra mirada del vuelo
impasible del águila.
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