A poco de escarbar encontrábamos agua.
El barro volvía el juego impracticable.
Llegábamos a casa con la ropa rebozada, tan sucia
que las lavadoras encontraban en ti y en mí su imposible.
Caminando, caminando, llegaremos hasta el mar.
Es difícil perderse, incluso de noche: duermes
o casi en el asiento de un coche, mientras conduce
tu amante, tu profesor, tu amigo, tu padre.
Él habla mucho, o apenas dice cuatro palabras,
sobre el amor, el incesto, la castración, los griegos,
la ironía o el destino; pero tú sabes que adonde
te lleva es al mar, ese libro aún no desecado.
Miras las nubes que vienen de regreso.
A ellas podrías pedirles consejo.
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