Ni entonces podríamos haberlo contado.
Subíamos en bicicleta las curvas de la sierra, hasta llegar a los hermosos embalses con sus presas imponentes, hasta los alegres y limpios arroyos, prados luminosos, bosques oscuros, ruinas de moros y romanos, miradores desde los que se contemplaba diminuta toda la ciudad.
Nuestros cuerpos eran jóvenes, fuertes
nuestras piernas. El mundo y sus aventuras
no cabían en la palma de una mano,
ni en los imprecisos límites
de un poema como este.
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