En estas, se acercó una pareja de vecinos, que volvían de vuelta del campo, espuertas y aparejos en la mano. Saludaron a Sócrates y a Hilofonte y también preguntaron a este por el resultado de su viaje. Hilofonte estaba nervioso e incómodo, aún más por intentar disimularlo. Se había topado con el primer sofista antes siquiera de entrar en la ciudad y quería atinar con la manera de abordar su inquisisción.
–¿No es cierto que querías consultar quién ha de ser el mejor sofista para educar a tu hijo? –dijo uno de los vecinos.
–Así es.
Sócrates en seguida quiso tomar protagonismo en la conversación:
–¡Muy buena cuestión la que has planteado al oráculo! En la educación del niño está el destino del hombre. ¿Y quién te ha recomendado el oráculo?
Entonces fue cuando Hilofonte buscó la manera más perspicaz de medir la respuesta del propio Sócrates, a sabiendas de que el viejo apenas cobraba nada por sus clases, que simplemente se dejaba perseguir por los jovenzuelos.
–Pues el oráculo ha dicho que tú eres el más sabio de Atenas.
Sócrates se mostró molesto porque le adjudicaran a él el puesto que tanto pretendía criticar.
–Pero eso no puede ser.
–Venga, Sócrates, tú, con tu falsa humildad, ¿vas a poner en duda hasta las palabras de Apolo?
–No me atrevería a cuestionar las palabras de Apolo, pero sí desconfío de mis pobres oídos. Es obvio que mis orejas mortales no han entendido bien, y si hay algún mortal entre los presentes es posible que tampoco haya entendido bien el lenguaje de los dioses.
–¡Ya está, ya se ha puesto fino!
El mismo vecino quiso zanjar la cuestión.
–Vamos a ver, Hilofonte: dinos claramente lo que dijo el oráculo.
Pero Sócrates insistió en puntualizar, en aras del rigor explicativo:
–¿Dijo exactamente que yo era el más sabio?
–Dijo que tú eras el más sabio de Atenas.
–¿Ves Sócrates? No pretendas engañarnos más con tus aires de confusión y despiste. Aquí nadie hay más listo que tú. Eso se sabía. Lo que no se sabe es lo que haces realmente.
–Por favor. No hay más en mí, que lo que se ve. El resto lo inventáis vosotros.
–Vamos, vamos. Está claro que no has podido llegar a viejo con tus tallas. Ni tus figuras ni tus canciones las quiere nadie. Dices que no cobras, pero vives de engatusar a los ricos y a los hijos de los ricos. Pero ya se ha destapado todo. El oráculo de Apolo lo ha dicho claramente: Sócrates es el más listo.
–Creo que no esas no han sido las palabras exactas del oráculo –siguió rebatiendo Sócrates.
–Bueno: “Sócrates es el más sabio de Atenas”. A ver si a partir de ahora la gente te pide abiertamente la tasa de sofista que recibes, a ver si empiezas a declarar tus gastos.
–Se acabó eso de pasearte con la capa vieja esa...
–¿No es cierto que querías consultar quién ha de ser el mejor sofista para educar a tu hijo? –dijo uno de los vecinos.
–Así es.
Sócrates en seguida quiso tomar protagonismo en la conversación:
–¡Muy buena cuestión la que has planteado al oráculo! En la educación del niño está el destino del hombre. ¿Y quién te ha recomendado el oráculo?
Entonces fue cuando Hilofonte buscó la manera más perspicaz de medir la respuesta del propio Sócrates, a sabiendas de que el viejo apenas cobraba nada por sus clases, que simplemente se dejaba perseguir por los jovenzuelos.
–Pues el oráculo ha dicho que tú eres el más sabio de Atenas.
Sócrates se mostró molesto porque le adjudicaran a él el puesto que tanto pretendía criticar.
–Pero eso no puede ser.
–Venga, Sócrates, tú, con tu falsa humildad, ¿vas a poner en duda hasta las palabras de Apolo?
–No me atrevería a cuestionar las palabras de Apolo, pero sí desconfío de mis pobres oídos. Es obvio que mis orejas mortales no han entendido bien, y si hay algún mortal entre los presentes es posible que tampoco haya entendido bien el lenguaje de los dioses.
–¡Ya está, ya se ha puesto fino!
El mismo vecino quiso zanjar la cuestión.
–Vamos a ver, Hilofonte: dinos claramente lo que dijo el oráculo.
Pero Sócrates insistió en puntualizar, en aras del rigor explicativo:
–¿Dijo exactamente que yo era el más sabio?
–Dijo que tú eras el más sabio de Atenas.
–¿Ves Sócrates? No pretendas engañarnos más con tus aires de confusión y despiste. Aquí nadie hay más listo que tú. Eso se sabía. Lo que no se sabe es lo que haces realmente.
–Por favor. No hay más en mí, que lo que se ve. El resto lo inventáis vosotros.
–Vamos, vamos. Está claro que no has podido llegar a viejo con tus tallas. Ni tus figuras ni tus canciones las quiere nadie. Dices que no cobras, pero vives de engatusar a los ricos y a los hijos de los ricos. Pero ya se ha destapado todo. El oráculo de Apolo lo ha dicho claramente: Sócrates es el más listo.
–Creo que no esas no han sido las palabras exactas del oráculo –siguió rebatiendo Sócrates.
–Bueno: “Sócrates es el más sabio de Atenas”. A ver si a partir de ahora la gente te pide abiertamente la tasa de sofista que recibes, a ver si empiezas a declarar tus gastos.
–Se acabó eso de pasearte con la capa vieja esa...
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