Ellos hablan, salmodiando,
del sonido crepitante de los bares, como si
la invocación creara de nuevo ese lugar para encontrarte.
Hacen acopio del roce de sus ropas para desnudarte,
al tiempo que en la mente pronuncian sus palabras.
Levantan una cámara nupcial, un gineceo,
de símbolos en que avivar la llama de un amor eterno
que brilla repleto de significados y de direcciones.
Pero yo, que no soy más
que una ilusión prestada sin garantía
de reembolso, sin palabra propia como aval,
con las entrañas roídas de desconfianza
‒¡mira mi hígado joven, el pastel de páncreas!‒,
la sangre alambicada de nata entre mis músculos,
¿qué diré? Cómo envolverte el relato de este
amor por ti, en el que tanto creo.
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