Se conocieron y rápidamente hicieron
castillos en el aire y, como seguían allí,
se sentían volar. A base de piruetas
recorrieron los cielos, auroras boreales,
ciclones y tormentas, cirros sobre el desierto,
calima, copos de nieve y capas ionizadas:
la luz y los secretos. Se conocieron,
y había que decidir si iban
a amar aquellos cuerpos terrenales,
aquellos odios, aquellos ascos, aquellos terrores
nocturnos, las galerías, las minas, los diamantes,
aquella estéril resaca del placer desengañado,
y aún más: confiar en el imposible cotidiano
de un milagro a dos.
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