Qué maravillosa obra es el hombre, qué noble su razón,
qué infinitas sus facultades. Su última piedra
navega entre las estrellas, llevando consigo
palabras y cantos.
Heridos con el filo
del hogar, sabios de amor, qué imposibles claman,
qué impedimentos no tienen por acabar
estos hombres inconclusos, no terminados
‒construyen como hormigas, fabrican como abejas,
destrozan como la tormenta y olvidan como la arena‒,
que se horada a sí mismo robándose sueños.
Desesperados por un poco de luz, ¡más luz!
ha rebasado, ¡pobres!, el límite de su instante.
¿Oyes cómo se descargan los próximos besos?
Ves que Gilgamesh aún cae de rodillas en lágrimas
porque acaba de perder a Enkidu, su amigo.
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