Para este mal de acento y su veneno
no encuentras curación, no existe planta,
no exige el corazón ni la garganta
matiz que no se exponga al desenfreno.
Si sólo tú voz fuera cuanto es bueno
o si es sobre tu voz que se levanta
este deseo que se te atraganta
como un templo de idiomas vil y obsceno,
entonces seguiría y no habría pausa
en este bordear, latir, o entonces
ardería de ruego y sutileza.
Pero para este mal no encuentro causa.
Creo que un cambio va a brotar y entonces
vuelve otra vez al rito en el que empieza.
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