III
Cuando se acostaba, le arrullaba desde lejos el crepitar disperso de los muebles. Ventanas incómodas, estanterías quejosas, vajillas juguetonas. Como el rumor de una vulgar cafetería le llegaban todas las explicaciones posibles. Primero el cambio de temperatura, la lógica evidente, la contracción de los cuerpos. También la presencia de entes extraños: por un lado, los animales, imposibles en un séptimo piso; por otro, los duendes, gnomos, elfos y fantasmas hoy no menos imposibles. Infantilmente, las cosas, que aprovechan el sueño de los humanos para ser humanas ellas mismas. Una vez más el idioma extravagantemente lento con el que hablan los objetos sin dejar de ser cosas.
Hasta que eran sus propios pensamientos el simple crujir, que daba excusas para la fantasía al extraño lenguaje.
Hasta que eran sus propios pensamientos el simple crujir, que daba excusas para la fantasía al extraño lenguaje.
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