Alguien metió el dedo en tu yaga.
Alguien gigante en tu yaga sufriente.
Con su dedo manchado fue barnizando el cielo
de un negro oscuro, ciego, casi profundo.
Su trabajo, a conciencia, no fue perfecto;
y los enamorados y los niños y los poetas
y tú todavía, admiras las estrellas.
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