No me dejes obedecerte, por Dios. Donde yo diga negro, tú hazme blanco, o cualquier otro nunca imaginado color, mejor ni por ti ni por mí. Que nadie diga jamás que he sabido contradecirte. Que nadie diga jamás que he dominado tu lenguaje.
(para entender este poema, sí, insisto, poema, es imprescindible estar al día de las últimas nociones de la química de los bastones en las células de la retina)
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