.....Hay un mal, a la vuelta de la esquina de nuestras vidas, peor que la muerte y peor que vejez: la torpeza. Y ahora permítanme que le hable de la torpeza.
.....Ciertamente, no es con exactitud a lo que se ha venido llamando con ese nombre. Podríamos designarla como vicio, pero lo viciado es solo uno de los caminos que conducen hasta ella. Tampoco sería justo equipararlo a la necedad y mucho menos a la ignorancia, que si bien pueden ser estados previos, no por esta razón hay que trasladarles su significado. La torpeza es una pasión mucho más pura: ese estado del ser que dificulta o impide su transformación o incluso su función, si ésta va más allá de la propia torpeza.
.....Por torpeza nos resignamos a un pasado imposible. Por torpeza nos negamos la resolución de un futuro abierto ante nosotros. Seres torpes que somos dejando escapar el ahora entre conceptos pertenecientes, cómo no, a otro momento. Esa prisión de la fantasía a la que nos encariñamos edifica la torpeza, la que con uñas y dientes defenderíamos, a la que antes que a nuestra vida nos negaríamos a renunciar. De no ser por un insólito esfuerzo que es su contrario, el esfuerzo amargo de acoger a ese alegre desconocido: el amor.
.....Que cuanto damos por sabido y comprendido nos lleva directos a la torpeza. Y la profunda desconfianza que este sentimiento, tan firmemente enraizado en la verdad, conlleva es un eficaz aliado de la torpeza. Porque los senderos del amor, que es su enemigo, son difíciles de describir, pues se adentran en lo que nunca fue sabido por nadie, explicado por nadie. Una incomodidad tan difícil de aceptar como difícil de rechazar es esa bendita ignorancia, ese cieguito amor, que llaman, sin saber, por supuesto, de lo que hablan.
.....Y ahora, no hagan como yo, si me conocen, ya, ahora, frunzan el ceño al gesto propuesto.
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