Solía tener allí los labios rotos.
Cuando no amanecía, todos sus recuerdos
peregrinaban hacia el lugar más exacto
en que su labio, sí, se pudría.
Sólo con que la noche, de tan corta,
hubiera sido tus brazos,
hubiera sido un vientre
tus labios y tus piernas,
o el húmedo placer de lo nombrable,
el hábito daría noticia del perdón.
Pero así de cruel solía ser la carne.
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