Llovió. Por las ventanas por las que entró la lluvia, el jabón espumó. Luego, la espuma de jabón sellaba la ventana misma (supongo que desde la calle se vería salir toda una baba gigante de espuma; pero nadie hizo nada, ningún vecino se entrometió en nuestros asuntos) y la humedad allí ya nunca se secó del todo. Es más, fue transmitiendo su lodazal de jabón por el pasillo a otras habitaciones.
Cuando lo descubrí (recuérdese que los movimientos por la casa se habían vuelto extremadamente lentos), pasé horas o días intentando llegar hasta alguna ventana a través de la espuma, luego intentando cerrar la dichosa ventana. No sé si llegué a conseguirlo. De vuelta a otras habitaciones, comprobé el repertorio de estragos en los paisajes con lluvia.
Desolado, rodeado de jabón en lodo y espuma por todas partes, apartado de la que una vez fue mi novia alegre y hermosa, sin esperanza de reencontrarme con la civilización, me encogí y lloré. Mis lagrimas, obviamente, contribuyeron al desastre. No sé qué efecto de salinidad produjo en el jabón que se formó una pasta viscosa e impertinente. Mis gestos se volvieron espasmódicos: una parte de mí quería recuperar la compostura, hablo físicamente, pero otra estaba pegándose con la pasta, mientras que otra convulsionaba por el llanto y algún músculo que no sabría concretar se esforzaba por detener aquel proceso vicioso.
Cuando lo descubrí (recuérdese que los movimientos por la casa se habían vuelto extremadamente lentos), pasé horas o días intentando llegar hasta alguna ventana a través de la espuma, luego intentando cerrar la dichosa ventana. No sé si llegué a conseguirlo. De vuelta a otras habitaciones, comprobé el repertorio de estragos en los paisajes con lluvia.
Desolado, rodeado de jabón en lodo y espuma por todas partes, apartado de la que una vez fue mi novia alegre y hermosa, sin esperanza de reencontrarme con la civilización, me encogí y lloré. Mis lagrimas, obviamente, contribuyeron al desastre. No sé qué efecto de salinidad produjo en el jabón que se formó una pasta viscosa e impertinente. Mis gestos se volvieron espasmódicos: una parte de mí quería recuperar la compostura, hablo físicamente, pero otra estaba pegándose con la pasta, mientras que otra convulsionaba por el llanto y algún músculo que no sabría concretar se esforzaba por detener aquel proceso vicioso.
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