La primera vez lo creí un ejercicio inocente. Intenté argumentarle que 1) el ahorro económico no compensaba las horas de esfuerzo, 2) el excedente de producción difícilmente se acoplaría al uso personal, 3) que el resultado tendría una calidad y funcionalidad deficitaria con respecto a productos industriales. El argumento 1) y 3) eran inútiles ante el arrebato de orgulloso deseo. Lo escalofriante iba a resultar ser el argumento 2).
Ya la justificación apuntaba algo de apocalíptico. Empezaríamos a usar ese jabón casero para todo. Yo me negué a que ese jabón se usara con mi ropa (no tenía argumentos técnicos para demostrar posibles perjuicios sobre los tejidos o la lavadora misma). Ella admitió que no lo usaría tampoco para el aseo personal (al menos no de forma exclusiva). Y ante la escasa imaginación para las restricciones, "todo lo demás" dejaba un muy amplio margen.
Así que cuando, de apenas tres litros de aceite de freidora, volvió con una sobrehumana palangana de jabón gris, di la aventura por acabada. Grave ingenuidad la mía.
Ya la justificación apuntaba algo de apocalíptico. Empezaríamos a usar ese jabón casero para todo. Yo me negué a que ese jabón se usara con mi ropa (no tenía argumentos técnicos para demostrar posibles perjuicios sobre los tejidos o la lavadora misma). Ella admitió que no lo usaría tampoco para el aseo personal (al menos no de forma exclusiva). Y ante la escasa imaginación para las restricciones, "todo lo demás" dejaba un muy amplio margen.
Así que cuando, de apenas tres litros de aceite de freidora, volvió con una sobrehumana palangana de jabón gris, di la aventura por acabada. Grave ingenuidad la mía.
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