Entraste en el salón que era un jardín de diminutas sombras
y la curva de tu gesto contuvo a los licores en orquesta.
Las miradas abandonaban las charlas y los charlatanes
olvidaban los ojos de sus preciadas conquistas que volvían
libres al perfume del instante. Un solo movimiento
y cualquier objeto humano te serviría sin equívocos.
Se sentarían junto a ti portando sus memorias infalibles.
Te estudiarían con sus cuerpos por un rato ajenos al destino.
Porque tú llegaste como el viento que sabe todas las épocas.
Tú eras la luna y la noche entera
era tu velo.
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