Enroscado en la canela de su rincón,
con el hocico bajo la cola de su deliro,
entrega su tristeza al narcisismo de sus sueños
-donde la ilusión mecánica apasiona como un otro-
porque le ha fallado a la sombra que le espera
y carece de un lenguaje que le eleve
por encima de las causas.
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