El primer evento de esta naturaleza tuvo lugar en un local de provincias, considerablemente grande, de la famosa cadena de supermercados Etcétera.
Descripción del evento:
El láser de la caja registradora anota la presencia de un producto que, sin embargo, está vacío. El código de barras está en el propio producto; no en el envoltorio ni en la caja. Sin embargo, láser reconoce el producto como otro cualquiera de su clase. El hecho es que el producto está vacío.
De las primeras reacciones no queda constancia, más que a través de relatos posteriores y posiblemente ya tergiversados. Quienes declaran, hablan de las conversaciones entre las empleadas, las jefas, las proveedoras. Hablan de una puesta en común. Todas las narradoras se sitúan como primera descubridora del evento o la primera confidente, en una red de conversaciones entre muchas primeras descubridoras y primeras confidentes.
Pongamos que Silvia Audaz, hipotética cajera descubridora del evento, pasa por primera vez el primer producto vacío de esta naturaleza. Debiera sospechar de distintas peculiaridades:
a) El producto no tiene envase, envoltorio, precinto de garantía ni pegatina; el código de barras está perfectamente impreso en su propia superficie.
b) El producto está vacío. No es ciertamente el producto que señala el lector de código de barras. No se trata de que sea otro producto; sino de que es ese producto, pero vacío.
c) El cliente-consumidor no parece haberse percatado del hecho hasta que es leído por el código de barras. De hecho, la cajera tampoco. Es en el acto mecánico, rutinario, de oficio, de pasar el producto por el láser, junto con la naturaleza vacía del producto, lo que llama la atención de la experta cajera.
Supongamos que la percepción de b) no es fulminante, sino que llega a la consciencia después de haber pasado, al menos, un par de productos válidos. ¿Qué hace entonces Silvia Audaz? Tal vez decide parar en seco y advertir al cliente de que pasa algo raro. Tal vez continúa pasando –esta vez con más detenimiento– más productos, vigilando de reojo el producto vacío, que el cliente guarda o no en su bolsa.
Esto es especialmente importante. Si Silvia no lo avisa, el cliente no se da cuenta. ¿Cuánto tardará el consumidor en percatarse de que se ha llevado a casa un producto vacío?
Silvia Audaz sospecha que se encuentra en una cámara oculta. No es real.
Silvia Audaz, según dicen unos, observó el producto detenidamente, comprobando su naturaleza, descuidando el ritmo de trabajo. Según dicen otros, se llevó el producto a casa, como objeto o como pensamiento obsesivo, invadiendo su tiempo de ocio y su vida familiar.
Silvia Audaz, según varias versiones, comentó el evento inocentemente en voz alta, provocando las risas, la incredulidad o la curiosidad de sus compañeras. Silvia Audaz expone en cuanto puede que a ella también le ha ocurrido y un mundo cómplice surge entre las distintas empleadas. Hay un sector creyente y otro escéptico.
Está la Silvia Audaz que habla con su directora, bien por iniciativa propia, bien por demanda de la propia jefa, a la que podemos llamar Silvia Audaz si queremos. Hay que averiguar qué está pasando. Mientras no se solucione el problema se elaborará un plan de contingencia para reaccionar adecuadamente.
La empresa de supermercados &c distribuye un comunicado interno para que, en la medida de lo posible, se de salida a esos productos sin interferir en la atención del cliente-consumidor.
La empresa de supermercados &c decide que, para frenar la presión de las reclamaciones, se retire el producto, avisando al cliente del error, con su permiso, al pasar por caja.
La empresa de supermercados &c acaba por colocar una ventanilla de atención exclusiva a productos vacíos.
Más adelante se sabe que sucede en otros puntos de la cadena y en otras cadenas de otras ciudades y otros países. Pronto se discute sobre la extraña naturaleza del fenómeno. Se discute si se trata de un error de producción. En las tertulias televisivas se baraja la posibilidad de un sabotaje organizado. En la radio, en internet, la gente expone teorías descabelladas: experimentos sociales, inteligencia artificial, alucinación colectiva, invasión alienígena. A nadie parece preocuparle ya que la relación calidad-precio sea un disparate comercial, o que la automatización de la producción, transporte y venta esté constriñendo el panorama laboral o ecológico, o que haya tantas mujeres en la caja y tan pocas en los puestos de jefatura.
Discretamente, la empresa de supermercados se ve obligada a construir una planta de almacenaje, reciclaje y destrucción de productos vacíos. Curioso: la vacuidad del producto resulta muy difícil de desintegrar y sus residuos poderosamente tóxicos. En los laboratorios estudian –sin apenas recursos– posibles soluciones.
Descripción del evento:
El láser de la caja registradora anota la presencia de un producto que, sin embargo, está vacío. El código de barras está en el propio producto; no en el envoltorio ni en la caja. Sin embargo, láser reconoce el producto como otro cualquiera de su clase. El hecho es que el producto está vacío.
De las primeras reacciones no queda constancia, más que a través de relatos posteriores y posiblemente ya tergiversados. Quienes declaran, hablan de las conversaciones entre las empleadas, las jefas, las proveedoras. Hablan de una puesta en común. Todas las narradoras se sitúan como primera descubridora del evento o la primera confidente, en una red de conversaciones entre muchas primeras descubridoras y primeras confidentes.
Pongamos que Silvia Audaz, hipotética cajera descubridora del evento, pasa por primera vez el primer producto vacío de esta naturaleza. Debiera sospechar de distintas peculiaridades:
a) El producto no tiene envase, envoltorio, precinto de garantía ni pegatina; el código de barras está perfectamente impreso en su propia superficie.
b) El producto está vacío. No es ciertamente el producto que señala el lector de código de barras. No se trata de que sea otro producto; sino de que es ese producto, pero vacío.
c) El cliente-consumidor no parece haberse percatado del hecho hasta que es leído por el código de barras. De hecho, la cajera tampoco. Es en el acto mecánico, rutinario, de oficio, de pasar el producto por el láser, junto con la naturaleza vacía del producto, lo que llama la atención de la experta cajera.
Supongamos que la percepción de b) no es fulminante, sino que llega a la consciencia después de haber pasado, al menos, un par de productos válidos. ¿Qué hace entonces Silvia Audaz? Tal vez decide parar en seco y advertir al cliente de que pasa algo raro. Tal vez continúa pasando –esta vez con más detenimiento– más productos, vigilando de reojo el producto vacío, que el cliente guarda o no en su bolsa.
Esto es especialmente importante. Si Silvia no lo avisa, el cliente no se da cuenta. ¿Cuánto tardará el consumidor en percatarse de que se ha llevado a casa un producto vacío?
Silvia Audaz sospecha que se encuentra en una cámara oculta. No es real.
Silvia Audaz, según dicen unos, observó el producto detenidamente, comprobando su naturaleza, descuidando el ritmo de trabajo. Según dicen otros, se llevó el producto a casa, como objeto o como pensamiento obsesivo, invadiendo su tiempo de ocio y su vida familiar.
Silvia Audaz, según varias versiones, comentó el evento inocentemente en voz alta, provocando las risas, la incredulidad o la curiosidad de sus compañeras. Silvia Audaz expone en cuanto puede que a ella también le ha ocurrido y un mundo cómplice surge entre las distintas empleadas. Hay un sector creyente y otro escéptico.
Está la Silvia Audaz que habla con su directora, bien por iniciativa propia, bien por demanda de la propia jefa, a la que podemos llamar Silvia Audaz si queremos. Hay que averiguar qué está pasando. Mientras no se solucione el problema se elaborará un plan de contingencia para reaccionar adecuadamente.
La empresa de supermercados &c distribuye un comunicado interno para que, en la medida de lo posible, se de salida a esos productos sin interferir en la atención del cliente-consumidor.
La empresa de supermercados &c decide que, para frenar la presión de las reclamaciones, se retire el producto, avisando al cliente del error, con su permiso, al pasar por caja.
La empresa de supermercados &c acaba por colocar una ventanilla de atención exclusiva a productos vacíos.
Más adelante se sabe que sucede en otros puntos de la cadena y en otras cadenas de otras ciudades y otros países. Pronto se discute sobre la extraña naturaleza del fenómeno. Se discute si se trata de un error de producción. En las tertulias televisivas se baraja la posibilidad de un sabotaje organizado. En la radio, en internet, la gente expone teorías descabelladas: experimentos sociales, inteligencia artificial, alucinación colectiva, invasión alienígena. A nadie parece preocuparle ya que la relación calidad-precio sea un disparate comercial, o que la automatización de la producción, transporte y venta esté constriñendo el panorama laboral o ecológico, o que haya tantas mujeres en la caja y tan pocas en los puestos de jefatura.
Discretamente, la empresa de supermercados se ve obligada a construir una planta de almacenaje, reciclaje y destrucción de productos vacíos. Curioso: la vacuidad del producto resulta muy difícil de desintegrar y sus residuos poderosamente tóxicos. En los laboratorios estudian –sin apenas recursos– posibles soluciones.
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