–Esta vez hemos estado a punto. Le he dado una semana de baja para que se recupere del estrés. Posiblemente haya que ampliarla.
–¿No bastaba con la asistencia psicológica?
–Ha estado a décimas de segundo de una auténtica masacre.
–O no; no podemos saberlo. Tal vez sólo haya salvado la colisión de dos aviones fantasma.
–Hasta mañana por la mañana no podremos saber con certeza qué vuelos aterrizaron realmente y cuáles eran vuelos fantasma.
–Cada vez tarda más. Eso empeora la situación. Debemos encontrar una manera de agilizar el análisis de datos. Es una prioridad.
–Necesitamos más personal. No damos a basto con esta proliferación de aviones fantasma.
–No podemos permitírnoslo. Ya nos está sangrando la inversión en los programadores que intentan resolver el algoritmo dichoso que permite a los fantasmas simular las conversaciones de radio.
–No creo que haya más opción.
–Si invertimos más, la empresa colapsará. El aeropuerto cerrará; pero eso tal vez desencadene el caos precisamente por la persistente operatividad de los aviones fantasma.
–Debiéramos hacer una llamada de alarma al Estado y buscar ayuda de funcionarios o voluntarios.
–Nada de eso. Debemos dar la sensación de que seguimos controlando la situación. Si se desborda el pánico estamos perdidos.
–Después de lo de hoy, creo que es cuestión de horas, ya no de días, que perdamos el control.
–Además, ¿de dónde íbamos a sacar gente cualificada de buenas a primeras?
–Podemos recurrir a becas para los alumnos de último de grado. Podemos incluso acudir al apoyo de recién jubilados bajo la forma de simulacros de experiencia.
–¿Con qué dinero?
–Nada, de momento. Podemos crear becas fantasmas y cursos fantasma para controlar a los aviones fantasma.
–No te pongas irónico.
–Hablo en serio. Estas semanas han aniquilado mi humor.
–Entonces, ¿qué tal salarios fantasma? Al menos este mes. Nadie notará nada, de momento.
–Se me ocurre una idea que puede ir en esa dirección.
–Habla.
–No sólo hay aviones fantasma, sino que han aparecido compañías fantasma y aeropuertos fantasma.
–Cierto.
–Podemos usar una presunta contratación de vuelos con esas empresas, consorcios... eso generará una bolsa que nos permitirá ampliar el personal.
–¿Sabes lo que estás diciendo?
–No del todo. Tendré que llevarlo a los de economía.
–Bien, que sea ya. Esta misma tarde tiene que estar esbozado un plan. ¡Ah, y pocas personas! De aquí a mañana esto se puede poner muy duro. Con tres o cuatro cabezas pensantes tiene que ser suficiente.
–El problema es que si abrimos la tapa de los negocios fantasma, no sólo habrá vuelos fantasma, sino que habrá embarques fantasma dentro de nuestros propios aeropuertos. Los viajeros frustrados llenarán las terminales en treinta y seis horas.
–Pues ya sabes el tiempo que tenemos.
–Al menos una oleada de colapso será inevitable.
–Pues despierta a los de comunicación. De momento, los viajeros deberían saber contentarse con permanecer vivos. Que elaboren una campaña informativa.
–Pero eso contradice la estrategia de mutismo que querías.
–Cierto, cierto. Bueno, tú plantéales el problema a los de comunicación y que lo resuelvan.
–Los pasajeros sabrán que su avión es real y sabrán también que el avión con el que choquen es real; pero esto sólo después de haber chocado. Nosotros ni siquiera sabemos qué avión es real y cuál no.
–Eso es lo que ellos no deben saber.
–Lo resumía sólo para no perder el norte.
–¿No bastaba con la asistencia psicológica?
–Ha estado a décimas de segundo de una auténtica masacre.
–O no; no podemos saberlo. Tal vez sólo haya salvado la colisión de dos aviones fantasma.
–Hasta mañana por la mañana no podremos saber con certeza qué vuelos aterrizaron realmente y cuáles eran vuelos fantasma.
–Cada vez tarda más. Eso empeora la situación. Debemos encontrar una manera de agilizar el análisis de datos. Es una prioridad.
–Necesitamos más personal. No damos a basto con esta proliferación de aviones fantasma.
–No podemos permitírnoslo. Ya nos está sangrando la inversión en los programadores que intentan resolver el algoritmo dichoso que permite a los fantasmas simular las conversaciones de radio.
–No creo que haya más opción.
–Si invertimos más, la empresa colapsará. El aeropuerto cerrará; pero eso tal vez desencadene el caos precisamente por la persistente operatividad de los aviones fantasma.
–Debiéramos hacer una llamada de alarma al Estado y buscar ayuda de funcionarios o voluntarios.
–Nada de eso. Debemos dar la sensación de que seguimos controlando la situación. Si se desborda el pánico estamos perdidos.
–Después de lo de hoy, creo que es cuestión de horas, ya no de días, que perdamos el control.
–Además, ¿de dónde íbamos a sacar gente cualificada de buenas a primeras?
–Podemos recurrir a becas para los alumnos de último de grado. Podemos incluso acudir al apoyo de recién jubilados bajo la forma de simulacros de experiencia.
–¿Con qué dinero?
–Nada, de momento. Podemos crear becas fantasmas y cursos fantasma para controlar a los aviones fantasma.
–No te pongas irónico.
–Hablo en serio. Estas semanas han aniquilado mi humor.
–Entonces, ¿qué tal salarios fantasma? Al menos este mes. Nadie notará nada, de momento.
–Se me ocurre una idea que puede ir en esa dirección.
–Habla.
–No sólo hay aviones fantasma, sino que han aparecido compañías fantasma y aeropuertos fantasma.
–Cierto.
–Podemos usar una presunta contratación de vuelos con esas empresas, consorcios... eso generará una bolsa que nos permitirá ampliar el personal.
–¿Sabes lo que estás diciendo?
–No del todo. Tendré que llevarlo a los de economía.
–Bien, que sea ya. Esta misma tarde tiene que estar esbozado un plan. ¡Ah, y pocas personas! De aquí a mañana esto se puede poner muy duro. Con tres o cuatro cabezas pensantes tiene que ser suficiente.
–El problema es que si abrimos la tapa de los negocios fantasma, no sólo habrá vuelos fantasma, sino que habrá embarques fantasma dentro de nuestros propios aeropuertos. Los viajeros frustrados llenarán las terminales en treinta y seis horas.
–Pues ya sabes el tiempo que tenemos.
–Al menos una oleada de colapso será inevitable.
–Pues despierta a los de comunicación. De momento, los viajeros deberían saber contentarse con permanecer vivos. Que elaboren una campaña informativa.
–Pero eso contradice la estrategia de mutismo que querías.
–Cierto, cierto. Bueno, tú plantéales el problema a los de comunicación y que lo resuelvan.
–Los pasajeros sabrán que su avión es real y sabrán también que el avión con el que choquen es real; pero esto sólo después de haber chocado. Nosotros ni siquiera sabemos qué avión es real y cuál no.
–Eso es lo que ellos no deben saber.
–Lo resumía sólo para no perder el norte.
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