Cuando entró en el templo, las burlas ya le precedían y, tanto sacerdotes como la pitia, como las otras niñas que aspiraban al puesto, lo recibieron con miradas divertidas y maliciosas, esperando la comprobación de algo que les había sido anunciado con tanta diversión.
–Formula tu pregunta.
El sacerdote no pudo atinar con el tono solemne y grave que usaba siempre. La pitia y sus amigas lo notaron, y aprovecharon para dejar escapar las primeras carcajadas. Hilofonte, desconcertado por la situación, miraba embobado a las niñas, sin poder creer su expresión ebria y su desenfado. La boca abierta, cariacontecida, coronando la facha de ese pingajo de hombre sin articular palabra , tirando de sí al cabritillo por una mínima cuerda, avivó aún más el fuego de la risa, que en la pitia tomó la forma de una contorsión histriónica, espasmódica, convulsa.
–Formula tu pregunta.
Atosigado, Hilofonte no acertaba ni con las palabras ni con el momento adecuado para ser comprendido con exactitud.
–¿Quién es el hombre más sabio de Atenas?
Entonces, la pitia se vio poseída por una risa tan fuerte que casi se cae del trípode. Las carcajadas resonaban en los muros del templo y parecía que iban a oírse por todo el santuario. El sacerdote, entre tanto, tomó la cabra y la degolló ritualmente, riendo también sin intuir el auténtico significado de la risa en la muchacha.
–¿Es esa la respuesta?
El pobre Hilofonte no sabía qué pensar. Miraba suplicante al sacerdote. Este, con mucho esfuerzo, repitió la petición del consultante a la pitia.
–¿Cuál es la respuesta?
Entre carcajada y carcajada, la muchacha, que apenas atinaba a meterse la correspondiente hoja de laurel en la boca, contestó:
–¿Y si fueras tú el más sabio de Atenas?
Y la muchacha siguió dando rienda suelta a sus espasmos jocosos.
–Ya tienes tu respuesta.
–Pero eso qué quiere decir. ¿Cuál es la interpretación?
–Bueno, esta vez las palabras de la pitia han sido extraordinariamente claras. Todos la hemos entendido: “¿Y si fueras tú el más sabio de Atenas?”.
–¿Pero eso qué quiere decir?
–¡Pues si no lo sabes tú, que eres el más sabio!
Esto último lo dijo una de las niñas que reían detrás de la pitia.
–Pero no puede ser. Esto no me sirve. Yo he venido aquí buscando al mejor sofista para que eduque a mi hijo. Yo no puedo ser el maestro de mi hijo: ya soy su padre. ¿Qué pensarían los demás?
–Por favor, salga con su respuesta y reflexione.
–Formula tu pregunta.
El sacerdote no pudo atinar con el tono solemne y grave que usaba siempre. La pitia y sus amigas lo notaron, y aprovecharon para dejar escapar las primeras carcajadas. Hilofonte, desconcertado por la situación, miraba embobado a las niñas, sin poder creer su expresión ebria y su desenfado. La boca abierta, cariacontecida, coronando la facha de ese pingajo de hombre sin articular palabra , tirando de sí al cabritillo por una mínima cuerda, avivó aún más el fuego de la risa, que en la pitia tomó la forma de una contorsión histriónica, espasmódica, convulsa.
–Formula tu pregunta.
Atosigado, Hilofonte no acertaba ni con las palabras ni con el momento adecuado para ser comprendido con exactitud.
–¿Quién es el hombre más sabio de Atenas?
Entonces, la pitia se vio poseída por una risa tan fuerte que casi se cae del trípode. Las carcajadas resonaban en los muros del templo y parecía que iban a oírse por todo el santuario. El sacerdote, entre tanto, tomó la cabra y la degolló ritualmente, riendo también sin intuir el auténtico significado de la risa en la muchacha.
–¿Es esa la respuesta?
El pobre Hilofonte no sabía qué pensar. Miraba suplicante al sacerdote. Este, con mucho esfuerzo, repitió la petición del consultante a la pitia.
–¿Cuál es la respuesta?
Entre carcajada y carcajada, la muchacha, que apenas atinaba a meterse la correspondiente hoja de laurel en la boca, contestó:
–¿Y si fueras tú el más sabio de Atenas?
Y la muchacha siguió dando rienda suelta a sus espasmos jocosos.
–Ya tienes tu respuesta.
–Pero eso qué quiere decir. ¿Cuál es la interpretación?
–Bueno, esta vez las palabras de la pitia han sido extraordinariamente claras. Todos la hemos entendido: “¿Y si fueras tú el más sabio de Atenas?”.
–¿Pero eso qué quiere decir?
–¡Pues si no lo sabes tú, que eres el más sabio!
Esto último lo dijo una de las niñas que reían detrás de la pitia.
–Pero no puede ser. Esto no me sirve. Yo he venido aquí buscando al mejor sofista para que eduque a mi hijo. Yo no puedo ser el maestro de mi hijo: ya soy su padre. ¿Qué pensarían los demás?
–Por favor, salga con su respuesta y reflexione.
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