Dentro del recinto sagrado, los consultantes abarrotaban de igual manera la vía sacra. Aunque el ambiente era mucho más señorial y relajado que en el camino de acceso, el bullicio se apelotonaba frente a los tesoros, estatuas y templetes. Hilofonte comprobó que los grupos de visitantes le lanzaban miradas fugaces de desaprobación y repugnancia. Él mismo los miraba con desdén, pues claramente se trataba de bárbaros; pero no podía sino sentirse en cierta inferioridad. Por eso, escondió su mirada por las inscripciones talladas en los muros. La letra era pequeña y de una caligrafía incomprensible para él. Decidió apartarse antes de que nadie se diera cuenta de su ignorancia.
Ascendió deprisa por la curva en pendiente y se topó con la cola que daba acceso a la pitia. Apenas había llegado a la altura del Ónfalos, las jóvenes doncellas de Gea, sentadas en la roca tras la esfinge, empezaron a reírse del aspecto de Hilofonte. Su risa desdmedida y adolescente contagió a los consultantes que hacían cola para el templo. Estos, como intentaban comedir decorosamente sus carcajadas, sentían alimentar aún más la risa. Y ese fue el bochornoso ambiente que tuvo que aguantar el consultante ateniense.
El jolgorio terminó por estallar ante la puerta del templo. Las palabras inscritas en el frontón, que aludían al conocimiento de uno mismo, cobraban un sentido desternillante enfocado al caso del desastrado ateniense, que no parecía darse cuenta de lo estrafalario de su propio aspecto.
Ascendió deprisa por la curva en pendiente y se topó con la cola que daba acceso a la pitia. Apenas había llegado a la altura del Ónfalos, las jóvenes doncellas de Gea, sentadas en la roca tras la esfinge, empezaron a reírse del aspecto de Hilofonte. Su risa desdmedida y adolescente contagió a los consultantes que hacían cola para el templo. Estos, como intentaban comedir decorosamente sus carcajadas, sentían alimentar aún más la risa. Y ese fue el bochornoso ambiente que tuvo que aguantar el consultante ateniense.
El jolgorio terminó por estallar ante la puerta del templo. Las palabras inscritas en el frontón, que aludían al conocimiento de uno mismo, cobraban un sentido desternillante enfocado al caso del desastrado ateniense, que no parecía darse cuenta de lo estrafalario de su propio aspecto.
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