En esto, se acercaron los guardias, que simpatizaban con el viejo Sócrates, a mandar al público a su casa antes de que se asentara la oscuridad de la noche.
–Permite que hable sólo un momento más con Critón –repuso Sócrates.
–¿Qué estás escribiendo ahora, Sócrates? –replicó el guardia dando por buena su solicitud.
–Mi testamento. ¿Quieres ver cuantas gallinas te dejo?
–No, no, guárdalas todas para Jantipa.
–Maldito mentiroso. ¿No decías que era un himno a Apolo?
–Claro que es un himno a Apolo; sólo estaba bromeando.
–Tú nunca has sido un bromista; lo que siempre has sido es un puñetero mentiroso.
–Todos los atenienses mienten –replicó con sorna Sócrates.
Fedón, una vez más quiso apaciguar la situación.
–¿Y cómo es que después de tantos años has vuelto a escribir?
–Después de empezar mi investigación, instigado por las palabras del oráculo, llegué a la conclusión de que mi auténtica escritura consistía en separar las frases de los hombres sabios en busca de la verdad de su saber, despreciando, como he dicho, su presunta sabiduría. En definitiva, que mi mayor arte como poeta consistía en hablar con vosotros. Como me habéis negado esa ocupación, he tenido que volver a mis viejas costumbres, para tener contento a mi geniecillo.
Calicles le censuró una vez más:
–¿Te estás burlando de nosotros?
Pero el guardia insistió en que todos se fueran inmediatamente para dejar tranquilo al maestro. Todos salieron excepto Critón, como Sócrates le había pedido. El viejo le entregó un par de tablillas y le solicitó que a la mañana siguiente se las devolviera, una vez transcritas.
–Procura que todos estos textos se mantengan ocultos, excepto para aquellos que, como yo, amen más al hombre sabio que a su sabiduría.
–No sé si te das cuenta de que incluso ahora estás hablando con frases imposibles.
–Conformémonos con enunciarlo de este modo: que nadie llegue a completar saber alguno sobre mí. Hemos sido testigos de los caprichos con que la fama ha tratado a los más grandes tiranos: Pericles, Alcibíades, Critias... ora héroes, ora traidores. Prefiero ser un enigma jocoso y sin sentido, como suelen ser las palabras del oráculo, que una petulante sentencia en boca de los sacerdotes.
–Al final las ideas tendrán que estar inventándote a ti, una y otra vez, por el olvido de los hombres. Como en el mundo al revés del que antes hablabas.
–¿Y si ya viviéramos en ese mundo del revés? ¿Y si nunca hubiéramos vivido en el mundo del derecho?
–¿Cómo es eso?
–¿Y si todas las leyes se cumplen siempre, y si todos los dioses dicen la verdad?
–Permite que hable sólo un momento más con Critón –repuso Sócrates.
–¿Qué estás escribiendo ahora, Sócrates? –replicó el guardia dando por buena su solicitud.
–Mi testamento. ¿Quieres ver cuantas gallinas te dejo?
–No, no, guárdalas todas para Jantipa.
–Maldito mentiroso. ¿No decías que era un himno a Apolo?
–Claro que es un himno a Apolo; sólo estaba bromeando.
–Tú nunca has sido un bromista; lo que siempre has sido es un puñetero mentiroso.
–Todos los atenienses mienten –replicó con sorna Sócrates.
Fedón, una vez más quiso apaciguar la situación.
–¿Y cómo es que después de tantos años has vuelto a escribir?
–Después de empezar mi investigación, instigado por las palabras del oráculo, llegué a la conclusión de que mi auténtica escritura consistía en separar las frases de los hombres sabios en busca de la verdad de su saber, despreciando, como he dicho, su presunta sabiduría. En definitiva, que mi mayor arte como poeta consistía en hablar con vosotros. Como me habéis negado esa ocupación, he tenido que volver a mis viejas costumbres, para tener contento a mi geniecillo.
Calicles le censuró una vez más:
–¿Te estás burlando de nosotros?
Pero el guardia insistió en que todos se fueran inmediatamente para dejar tranquilo al maestro. Todos salieron excepto Critón, como Sócrates le había pedido. El viejo le entregó un par de tablillas y le solicitó que a la mañana siguiente se las devolviera, una vez transcritas.
–Procura que todos estos textos se mantengan ocultos, excepto para aquellos que, como yo, amen más al hombre sabio que a su sabiduría.
–No sé si te das cuenta de que incluso ahora estás hablando con frases imposibles.
–Conformémonos con enunciarlo de este modo: que nadie llegue a completar saber alguno sobre mí. Hemos sido testigos de los caprichos con que la fama ha tratado a los más grandes tiranos: Pericles, Alcibíades, Critias... ora héroes, ora traidores. Prefiero ser un enigma jocoso y sin sentido, como suelen ser las palabras del oráculo, que una petulante sentencia en boca de los sacerdotes.
–Al final las ideas tendrán que estar inventándote a ti, una y otra vez, por el olvido de los hombres. Como en el mundo al revés del que antes hablabas.
–¿Y si ya viviéramos en ese mundo del revés? ¿Y si nunca hubiéramos vivido en el mundo del derecho?
–¿Cómo es eso?
–¿Y si todas las leyes se cumplen siempre, y si todos los dioses dicen la verdad?
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